Número de edición 8393
Opinión

Opinión:Las conjeturas de un penalista

Pag.2_ Dr. Hugo López carribero

Hugo Lopez Carribero
Abogado penalista

Todos los avaros viven empobrecidos, la avaricia es un requisito de la miseria. Curiosamente el avaro busca de manera incesante hacerse de lo perecedero, y con la misma avaricia descuida lo que no perece. Vive siempre pensando en el futuro. Pero, para el avaro, cuando el futuro llega ya es tarde, sus familiares lo están llevando al cementerio. La felicidad no está en el placer, no en el que tiene más. La felicidad está anidada en el corazón de aquel que encuentra la verdad.

Quiero decir que es correcto cobrar honorarios caros. Lo que está mal es estafar al cliente, que no es lo mismo.
Por ejemplo, se estafa al cliente cuando se perciben honorarios y no se presenta ningún escrito en la causa, ni se acude a las audiencias en tribunales.

Pero insisto, cobrar caso no es estafar. Cobrar caro, es cobrar caso, y nada más que eso. En cambio estafar es cometer un delito, además de una falta de ética profesional.

Hay veces que, conversando con colegas sobre clientes y juicios, advierto que claramente han defraudado a sus clientes.

Es por entonces que adquiere relevancia eso de no le hagas al otro lo que no te gustaría que te hagan a ti. Pero un amigo me enseñó que a esa frase hay que darle una vuelta de rosca para que quede así: No le hagas al otro, lo que al otro no le gusta que le hagan (sin perjuicio de que te guste a no a ti).
El abogado tiene también la posibilidad de rechazar un juicio. Hay clientes intratables, por más buen voluntad que el abogado ponga en mantener una buena relación. Aunque muchas veces es peor la relación que se entabla con los familiares del cliente. Los familiares del cliente no pagan los honorarios del abogado, pero son críticos por naturaleza, de forma dura y descarnada. Total nada tienen para perder. El juicio no es de ellos, y el dinero tampoco. Después de todo podrán decir que el juicio de ganó gracias al control que ellos ejercieron sobre el abogado. Y si se pierde, pues le dirán al familiar: “Viste, yo quería sacar a ese abogado, y vos no me hiciste caso”. Como en todos los movimientos sociales, es muy fácil empujar a la gente, pero es muy difícil guiarla correctamente.

Una vez, un abogado tramposo por excelencia, me dijo: “Los abogados canadienses arreglan los hechos según la ley, en cambio los abogados argentinos, arreglan la ley según los hechos. Por eso los argentinos tenemos los mejores abogados”.

Desde ese día decidí no volver a conversar más con ese abogado, sólo lo saludo con decoro, y nada más. Los abogados no debemos obstaculizar la administración de justicia, sino más bien promoverla. Ningún abogado debe dejar al descubierto a su cliente, frente al delito que éste pudo haber cometido. Pero todas las defensas deben ser distinguidas por la buena fe,
por ser dignas y honradas. La buena fe comprende, entre otras cosas, no pretender tomarles el pelo a los jueces y a los otros abogados, bajo el pretexto de defender lo derechos del cliente. La buena fe es la calidad jurídica de la conducta legalmente exigida de actuar en el proceso con probidad, con el sincero convencimiento de hallarse asistido de razón, con
argumentos válidos. Con acierto, cordura, prudencia y rectitud.
Todo abogado que actúa de mala fe, lejos de beneficiar a su cliente, lo complica, y lo compromete cada vez más en su engorrosa situación procesal.

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