Número de edición 8397
Opinión

La eutanasia no es un derecho ¡dejen de mentir!

Eutanasia
Eutanasia. Liliana Angela Matozzo.

Es una modalidad de control demográfico, a través del exterminio eugenésico, de personas que «no reúne el standar de calidad de vida», establecido por el poder de turno. ¡Nacer y vivir son derechos!

El principio de autonomía absoluta de la persona no se sostiene racionalmente, tampoco como justificación el eutanasia. Por otra parte, cada vez es más claro que el dolor físico lo puede tratar la medicina y el moral se remedia con la conveniente atención humana.

En el cap. 87 de Evangelium Vitae, el Santo Padre señala con absoluta sabiduría, que: «hay una actitud que debe animarnos y distinguirnos, hemos de hacernos cargo del otro como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad. Como discípulos de Jesús, estamos llamados a hacernos prójimos de cada hombre, teniendo una preferencia personal por quien es más pobre, está sólo y necesitado. Precisamente, mediante la ayuda al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado como también al niño aún no nacido, al anciano que sufre o cercano a la muerte tenemos la posibilidad de servir a Jesús, como El mismo dijo: «Cuanto hicistéis a unos de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicistéis» (Mt 25, 40)…»

“Estamos siendo testigos de la construcción multinacional de una de aquellas estructuras de pecado, de las que el Papa Juan Pablo II ha hablado. Una pequeña estructura puede ser pasada por alto como insignificante, y cuando llega a alcanzar el tamaño de un rascacielos se acepta como parte del paisaje urbano. Nuestra tarea es impedir la construcción de esta estructura a través de todo lo que esté a nuestro alcance, frenarla si fuera posible, desmantelarla, y aún más, reemplazarla con algo auténticamente misericordioso.

Ello reclamará todo el esfuerzo y la creatividad de que podamos disponer para encontrar una solución. Si fracasamos, la probabilidad de que la eutanasia tenga lugar a nivel mundial, se convertirá en una certeza. Querámoslo o no, nosotros mismos tendremos tantas probabilidades de morir a manos de otro como por cualquier otra vía. Mientras más jóvenes seamos en estos momentos, más probable será que ello ocurra en el futuro. Como dice el refrán: la vida que salves bien podría ser la tuya propia.”

¿Debe el Estado dar asistencia a la gente para poner fin a su vida?. ¿Es el suicidio una cuestión de opción, o de desesperación?

¿Cuánta autonomía hay en aquel que pide morir?

¿Y si sólo sufriera depresión?

¿Qué requerimientos profesionales y técnicos sería necesario atender para establecer la línea de división entre la necesidad de tratamiento psicoterapeútico o la asistencia a morir?

¿Y si el enfermo no quiere tratar médicamente su depresión?

¿Podría ser compulsivo el tratamiento médico?.

¿Pasaría de ser una enfermedad a una causa que autorice al Estado a matar a alguien?.

Esta, y ¿cuántas otras más…?.

Siempre habría alguien diferente del enfermo que tendría que tomar la iniciativa (el verdugo institucionalizado: el Estado a través de quien practique la eutanasia o el suicidio asistido).

Las cartillas médicas clasificarían a los profesionales entre aquellos que practicarían la eutanasia y aquellos que no. Esto mientras tanto se permita la objeción de conciencia y no se torne una práctica obligatoria para los médicos, y siempre que sean los médicos quienes deban practicarla. Tal vez, podrían hacerlo otros.

De todos modos, nada puede salir peor que la muerte misma, así que no se requerirían calidades especiales en el sujeto que la practique. Tal vez poner una máscara al enfermo, conectarle una cánula y apretar un botón, mientras lee la sección deportiva del periódico…

De algo estoy segura: si al que pide morir se le diera una alternativa para vivir, éste no elegiría morir. El discurso proeutanasia exalta el poder a la autodeterminación sobre el propio cuerpo.

No es casual, que los mismos que luchan contra la despenalización del aborto, combatan la legitimación de la eutanasia. Es que las cuestiones del origen, transmisión, conservación y finalización de la vida, no son cuestiones de opción.

El sexo biológico no es una cuestión de opción, aunque se pretenda darle otra apariencia y asimilarlo a una cuestión de género.

Tomar posición entre, el origen, transmisión, conservación y finalización de la vida como un don divino, único de cada ser humano y de carácter indisponible y encarar esas mismas cuestiones como cuestiones de opción, es algo que marca exactamente la división entre un discurso pro-vida y otro promotor de la cultura de la muerte, donde la vida humana está al servicio de los más diversos intereses y se pierde toda noción de libertad, porque el hombre pasa a ser disponible para otros, quienes determinan hasta cuándo y en qué condiciones puede vivir.

Frente a estas dos posiciones antagónicas e irreconciliables, cabe examinar la dura situación que están atravesando las organizaciones que promueven y defienden los derechos de grupos discapacitados o que padecen determinadas enfermedades. Prácticamente, más que avanzar, están tratando de evitar caer en la pendiente resbaladiza de la baja calidad de vida (sentencia que parece estar inhibiendo a los seres humanos, de acceder a la satisfacción de las necesidades básicas, y más aún, del derecho de vivir).

En una oportunidad, en la grabación de un programa televisivo donde se trataba el tema de la eutanasia, el conductor con muy mal gusto preguntó a una abogada parapléjica, la Dra. Ester Labatón, (mujer luchadora a quien admiraba y por la que sentía gran aprecio, lamentablemente fallecida), que había concurrido en su camilla rodante a dar su testimonio: “¿a Ud. le parece que vale la pena vivir, así como Ud. vive, necesitando siempre de alguien, aún para poder hacer sus necesidades fisiológicas?”.

La mujer, quien había tratado durante toda su vida de vencer sus límites físicos, que había logrado además obtener un título universitario y presidía una organización de lucha en defensa de los discapacitados motrices severos, me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo en voz baja: “realmente, ¿qué quiso decirme? ¿qué para qué vivo molestando a los demás? ¿qué porqué mejor por qué no me mato?”.

Es obvio que algunas personas no pierden nunca la oportunidad de hacer sentir la diferencia: el poder del fuerte sobre el débil e indefenso.

Esa mujer, había hecho lo que muchos, con todas sus aptitudes físicas en forma, no hicieron. Era un ejemplo de superación, de fuerza, de lucha, de ganas de vivir, también de resignación frente a la adversidad. Se podía haber dejado un hermoso mensaje pro-vida de ese programa, pero lamentablemente la gente que consume lo que los medios de comunicación ofrecen, se quedan generalmente con el argumento del que está en perfectas condiciones. Tal vez algún día, la fuerza de las palabras derive de la verdad que hay en ellas, y no de la posición de quien las dice.

Los grupos que promueven el acceso al suicidio asistido tratan de publicitar casos en donde aparece gente con enfermedades terminales, que padecen un sufrimiento intenso e irreversible, y que lo único que anhelan es poner fin a sus miserables vidas. Aunque esos casos existan, son una muy pequeña minoría. Muchos pacientes moribundos, que padecen fuertes dolores tienen adecuado acceso a medicina paliativa. Sería importante que el Estado garantizara el acceso igualitario de toda la población a la medicina paliativa.

Aquellos que podrían creer que quieren morir son individuos a quienes se los ha convencido que su calidad de vida es nula, o que ya no tienen dignidad porque deben recibir cuidados como un niño, o que deben imponerse ciertos estándares de dignidad para morir. Entre estos individuos, aparecen algunos que padecen Enfermedad de Huntington, Esclerosis múltiple, SIDA, Alzheimer, etc…

El problema es que si se permite que algunos enfermos terminales mueran por eventuales leyes que dicten los Estados para matar a aquellos cuya vida no tenga valor, terminaremos matando a aquellos que no estén enfermos, a aquellos que no pidan morir, a aquellos que están deprimidos, a aquellos cuya vida se juzgue de baja calidad, y a aquellos que sientan la obligación de no ser una carga para sus familias.

Dra. Liliana Angela Matozzo. Abogada. Doctora en Ciencias Jurídicas. Especializada en Bioética.

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