Número de edición 7937
La MatanzaPolítica

Enfoque Político: «Néstor y el Censo» Por: Carlos Enrique Galli

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Néstor y el Censo. Como todas las mañanas desde hacía décadas, ese miércoles atípico me levanté temprano y me hice una escapadita hasta la panadería transgresora de la veda para compartir unas facturas con el censista, al cual, con confianza y sin temores le abriría las puertas de mi casa, ya que hasta ese punto había llegado la locura de Clarín procurando que la gente viera al mismo como un husmeador.

Por: Carlos Enrique Galli

carlosgalli@yahoo.com

Imprevistamente, un familiar, en una mezcla de asombro y dolor, me lanza sin anestesia dos palabras que me sumieron de inmediato en la incredulidad y la consternación: ¡MURIÓ KIRCHNER!

Enciendo de inmediato la televisión, habitual generadora de chabacanería y sí, vi como en cadena nacional confirmaba tan fatídico aserto.

Superadas esas instancias de estupor y luego de seguir los acontecimientos  por los medios públicos, apago la radio y la TV en el momento exacto de la confirmación oficial del fallecimiento de Néstor y me decido a hurgar en los pliegues de mi memoria en busca de elementos que me permitieran darle forma a estos pensamientos.

Y los mismos, para no ir más allá de lo conveniente, se disparan hacia finales de 2001, cuando en medio de saqueos, muertes, corralitos, corralones y demás calamidades, nuevamente el helicóptero presidencial levantaba vuelo desde la terraza de la Casa Rosada, transportando a quien nos dejaba cacerolas vacías de contenido y abarrotadas de privaciones; clubes de trueque; ahorros atrapados y desocupados por millares pero, por sobre todas las cosas, nos dejaba un país tan quebrado como incapacitado de soportar un fracaso más.

Como si estas plagas no fueran suficiente, padecimos la transición del senador Eduardo Duhalde, quien recitando “el que depositó dólares recibirá dólares” se aliaba a lo peor de la derecha peronista, inducía o toleraba las ejecuciones de Maxi y Darío y posibilitaba que no se cumpliera con el reclamo popular de “que se vayan todos”, ya que no se fue nadie, salvo los que huyeron per se o se reciclaron.

Y en medio de ese panorama, frente a la alevosía siniestra de Carlos Menem de no participar en una segunda vuelta electoral ante la evidencia de la derrota, aparece en escena, con tan sólo el 22% de los sufragios ese Flaco alto y desaliñado, de traje cruzado abierto y mocasines pasados de época, al cual vi luego desandar, en compañía de Fidel Castro y Hugo Chávez, los cien metros que separan la Casa de Gobierno de la Catedral Metropolitana, habiendo quedado dentro del Congreso los malabares ejecutados con el bastón presidencial ante la mirada incrédula de quien pensaba estar instalando en el sillón presidencial a un hombre sumiso, manejable, de haberse topado con una cámara, y bajo otra mirada, la de una esposa a la cual ya el destino le estaba reservando un lugar preponderante en la historia argentina.

Horas más tarde, en su despacho, con la sola compañía de su familia, tras haberse jurado no dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno, se percató de la abrumadora tarea que le aguardaba ante la real devastación del país heredado.

Y emprendió la reconstrucción, con economías exhaustas, índices espantosos de desocupados, subocupados, invasión de patacones, lecops, exigencias de cambiar bonos por territorio, jubilaciones entrampadas en perversas AFJP, desnutrición infantil, educación y salud destruidas y el peso agobiante de una descomunal deuda externa para cuyo pago ni siquiera había servido el desguace anterior de las empresas estatales, denostada por sucesivos infames que la contrajeron, aún sin castigo, absueltos y gobernando.

¿Por dónde empezar? ¿A quién atender primero?  ¿Cuál era el orden?  DESOLADOR.

Y comenzó. De a poco, con paciencia, con trabajo incansable, llevando la contabilidad peso a peso en su famosa “libretita”; sorteando acechanzas de los de afuera y los de adentro (las más perversas y peligrosas) esa nave naufragante en medio del océano que era la Argentina, se encaminó a puertos más seguros.

Y se sucedieron los hechos, tantos y tan audaces que, paulatinamente, aún aquellos que lo observaban como un Quijote desgarbado, apoyándose tan solo en su tenaz compañera como escudera, asistieron a las más grandes transformaciones en décadas. Son muchas, significativas, preponderantes.

A tres días de asumir, descabeza las cúpulas militares; destraba una larga huelga docente en Entre Ríos; abre los archivos sobre el atentado a la AMIA; remite al Congreso una ley que remueve parte de una Corte Suprema abyecta; el 24 de marzo de 2004 recupera la ESMA para el pueblo con un emocionado pedido de perdón por los horrores padecidos allí por miles de compatriotas; descarta abominables cuadros genocidas; declara la inconstitucionalidad de leyes protectoras que, aún, luego de tantos años de democracia seguían amparando a los sanguinarios del proceso; impulsa la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata rechazando el ALCA, (¡al carajo!) herramienta del imperio para someter a los pueblos de esta parte del mundo, y gesta, al mismo tiempo, la unión regional con el MERCOSUR como eje central; cancela con reservas propias la deuda de casi 10 mil millones de dólares con el FMI, quitándonos un yugo asfixiante de nuestra soberanía; abre las puertas de Balcarce 50 a tantos, a muchos, a los diversos, a los excluidos; re estatiza el agua, las cloacas, el espectro radioeléctrico, el correo, algunos ramales ferroviarios y los astilleros Tandanor.

El 10 de diciembre de 2007, se produce un hecho tan histórico como inédito en la política nacional: le coloca la banda presidencial a su esposa quien había ganado las elecciones en octubre con un 45%, acompañada por un craso error, por un casi ignoto político mezquino, traidor, contumaz, reiterativo y consuetudinario llamado Julio César Cleto Cobos.

Y aquí comienza otra historia…

Otra historia que también merece ser narrada, cuando apenas habían transcurrido tres años del cambio de mando.

Esa historia se llama Cristina, quien con no menos inteligencia, bravura, intelectualidad y con el agravante de tener que vencer prejuicios de género, ahonda las transformaciones.

A meses apenas de haber asumido, y en aras de mejorar los ingresos del Estado para una posterior redistribución más equitativa, debimos soportar una avanzada cuasi destituyente a manos del “campo”, encarnada por los eternos beneficiarios de las riquezas de la tierra merced al sacrificio ajeno, representados por la S.R.A y entidades acolitas. Es así que en una inolvidable madrugada, quien juró como integrante de un propósito, emite su voto “no positivo” y echa por la borda las esperanzas que tanta gente teníamos depositadas en la resolución 125. A partir de allí, consideremos  éxitos y dificultades.

Entre los éxitos, sobresale su brillantez en foros internacionales; obra pública;  construcción de escuelas; hospitales; rutas; pavimentos; viviendas; ley de medios -sin plena vigencia por años merced a una justicia corrupta y ahora desguazada-; la asignación universal, mediante la cual miles de pibes comen con sus padres y conocen la escuela; la entrega de computadoras; tarjeta Sube; planes de viviendas, de estudios; frecuentes encuentros con el Papa Francisco; satélites; renovación de trenes y más, cada vez más.

Respecto a las dificultades, prevalece el accionar hostil de las corporaciones, ya sean fabriles, periodísticas, de dirigentes obreros/-empresarios y de una oposición que, disfrazada de políticos y sirviendo a los intereses del amo de turno, pretendieron dilatar el reloj de los hechos y hacernos retroceder a épocas en la que nos habían sumido y de las cuales recién nos estábamos reponiendo.

Y tenía que ser justo el día del censo (pretendidamente saboteado por los insensatos) que el corazón de Néstor no esquiva el enésimo infarto y se nos va.

Se nos fue y tuvimos que comenzar a llenar su vacío con más entrega, compromiso, militancia, esfuerzo, sacrificio, con el accionar desde el lugar que cada uno de nosotros ocupáramos, pero fundamentalmente, rodeando y amparando a Cristina, para que nada perturbara su gestión.

Se nos fue Néstor, y sin convocatorias previas, fuimos cientos de miles los que marchamos a la Plaza de las Madres, cientos de miles los que dijimos ¡presente!, cientos de miles los que nos dábamos mutuas fuerzas, y que a partir de allí debimos continuar cerrando filas para evitar que la voracidad de los miopes nos robe no ya el futuro, sino ese presente.

Se nos fue Néstor y con sus últimos latidos los eternos y despreciados miserables prosiguieron con su obra desembozada de desgaste. No se podía aguardar otra cosa, no se le podía pedir grandeza a los minúsculos, respeto a quienes no se respetaban a sí mismos y limpieza a aquellos que vivieron y viven en el fango.

Al volver de la Plaza una de esas noches, yo me preguntaba quién le escribiría los libretos a la Argentina, porque cada vez que estuvimos a pasos de un final feliz, alguna hoja del guión se traspapeló y tuvimos que filmar la escena nuevamente.

No importa, en esta oportunidad la culminación de la película podemos decidirla nosotros el año próximo reventando las urnas en aras de la persistencia de nuestro modelo logrando con esto dos  cosas: la continuidad del  mismo y el barrido político de aquellos que priorizan la entrega del país y sus millonarias existencias en desmedro del conjunto de la población.

Néstor desencarnó. El censo, llegó a su fin, pero… ¡Qué bronca, en la estadística, nos faltó el más trascendente!

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