En cualquier país, más o menos normal, la cercanía de una comisaría al lugar de trabajo, de estudios, y de los hogares implican un sentimiento de seguridad adicional que es codiciado por los otros ciudadanos que no cuentan con el mismo privilegio.
Por: Hugo López Carribero
Abogado Penalista
Salvo en la Provincia de Buenos Aires, donde parecería que la presencia policial es, mucha veces sinónimo de peligrosidad al asecho.
Este es el caso de la Escuela N° 24 de Berisso, ubicada a pasos de dos comisarías –ambas a menos de 200 metros del establecimiento– la robaron dos veces en cuatro días. Fueron ataques vandálicos que incluyeron rotura de vidrios y rejas. Todo para llevarse equipos de audio, televisores, computadoras, celulares y hasta elementos didácticos de educación física, en fin.
Hace tiempo que vengo haciendo severas y rigorosas críticas, desde este medio, al Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Son críticas justas, y debidamente motivadas y causadas. Sin embargo ante el escenario de los hechos cotidianos, estoy a punto de desistir de las observaciones disvaliosas.
En efecto, la realidad muestra que si la Policía Bonaerense no custodia los cajeros automáticos que se encuentran en las veredas de las comisarías, ni los colegios que se ubican a su vista. ¿Pues qué expectativa debemos poner en la lucha con los desarmaderos de autos, las cocinas de drogas y las bandas organizadas de la piratería del asfalto?
¿O será que están muy ocupados en combatir los secuestros extorsivos y el juego clandestino?
¿Les demanda mucho tiempo luchar con los homicidios en ocasión de robo y las salideras bancarias?
¿Les consume el día laboral las tareas de inteligencia para desbaratar las bandas de trata de personas?
¿Su disciplina está destinada a la labor que les encomiendan los jueces y los fiscales?
¿Se encuentran estudiando los sistemas de seguridad para expulsar a los policías corruptos de la fuerza?
¿O los semáforos del conurbano no funcionan y están abocados a ordenar el tránsito?
