Como cada 10 de noviembre, celebramos el Día de la Tradición en honor a José Hernández, poeta inigualable pero también gran periodista, militante político comprometido y lúcido lector de su época.
Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com
Cuando hace dos años, en ocasión del Bicentenario, el diario Página/12 consultó a las más
importantes figuras políticas del país acerca de su obra literaria nacional preferida, el Martín Fierro fue la más elegida. Su imagen, la imagen del gaucho de nuestras pampas, como símbolo de nuestro folclore y nuestra tradición, acompañado de su guitarra y su vestimenta característica, está sin dudas incorporada en nuestra identidad nacional.
Sin embargo, la era de la globalización, entre otras consecuencias nefastas, ha generado el reemplazo de pautas culturales propias de nuestro país por otras ajenas a él y pretendidamente universales: las norteamericanas, con su comida rápida, su música en inglés y el festejo de “Halloween”, entre otras sutiles vías de colonizar las mentes de nuestro pueblo. Bueno es, entonces, volver a hablar de uno de los símbolos de nuestra cultura nacional y popular.
Nacido en el partido bonaerense de San Martín el 10 de noviembre de 1834, José Hernández se crió en una familia de militancia federal involucrada en los conflictivos mediados de siglo, cuando Juan Manuel de Rosas cayó ante el avance del Ejército Grande comandado por el entrerriano Justo José de Urquiza.
Buena parte de su infancia, por motivos de salud, debió pasarla en las pampas argentinas, conociendo los modos de vida, valores y limitaciones de los gauchos e incorporando algunos de sus rasgos y habilidades. Más adelante capitalizaría esa experiencia tan valiosa.
Luego de Caseros participó como militar en los primeros enfrentamientos entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, en el segundo bando. Luego de recluirse en Entre Ríos para dedicarse a la tarea periodística, volvió a luchar, pero esta vez bajo las órdenes de Urquiza, quien lo decepcionó (como a tantos) entregando la victoria de Pavón al líder porteño Bartolomé Mitre.
Como periodista, en tanto, participó de varias publicaciones importantes de la época. En 1856 en el diario La Reforma Pacífica; en 1858 en El Nacional Argentino y en 1862 en El Litoral. Al año siguiente fundó el periódico El Argentino. Desde sus páginas se denunció a los responsables del asesinato del caudillo rebelde de La Rioja, el Chacho Peñaloza. Posteriormente aquellos artículos se recopilaron en la obra conocida como “Vida del Chacho”, la segunda más célebre de Hernández.
Aquella publicación duró poco y años después, instalado en Corrientes y siendo fiscal, Hernández participó del diario El Eco de Corrientes. Sucesos políticos lo obligaron a trasladarse a Rosario, donde participó del diario La Capital. Allí formó parte de la campaña federalista para establecer la capital de la Argentina en la gran ciudad rosarina.
De regreso en Buenos Aires, fundó el periódico El Río de la Plata, que cerró en 1870, para luego trasladarse a apoyar la revuelta de López Jordán contra Urquiza en Entre Ríos. Derrotada ésta, se trasladó Brasil y luego a Uruguay, donde participó activamente de La Patria. Fracasado el segundo intento del caudillo entrerriano, regresó al país oriental para volver a la Argentina en 1875, beneficiado por la política de conciliación de Nicolás Avellaneda.
Hernández, además, fue diputado y senador por la provincia de Buenos Aires, participando activamente en la fundación de la ciudad bonaerense de La Plata junto a Dardo Rocha. Como presidente de la cámara baja del Congreso, defendió el proyecto de federalización impulsado por Julio Argentino Roca.
Hernández fue declaradamente federal (luego de su inicial posición porteñista) y apoyó al líder de la Confederación posrosista, Urquiza, incluso cuando éste acercó posiciones con Sarmiento en aras de un “consenso”; Halperín Donghi dirá que Hernández se convirtió progresivamente a un “liberalismo reformista”. Sin embargo, esas intenciones se esfumaron cuando, en el marco de la rebelión jordanista, Urquiza fue asesinado.
A su regreso del exilio, nuevamente intentó hacerse vocero del consenso, en un contexto en el que las luchas facciosas parecían dejarse atrás en favor de la consolidación del Estado Nacional.
Cuando se dio la culminación de este proceso, en la década de 1880, Hernández fue parte del oficialismo roquista.
Como escritor, además de su mencionado estudio sobre la represión mitrista (concretada por Domingo Sarmiento, principal acusado por Hernández), escribió también “Instrucción del Estanciero” (1881). Pero sin dudas, su obra cumbre fue aquel libro editado en 1872 con el nombre de “El Gaucho Martín Fierro”.
En él, Hernández realiza una insuperable descripción de la vida del gaucho de las pampas argentinas en todos sus aspectos, tomando su lenguaje y recreando su cotidianeidad, con el objetivo de exponer la difícil situación de esos criollos a caballo que se veían perseguidos para ser involucrados en una lucha (la de la frontera con el “indio”) que, además de triste, cansadora y riesgosa, les era ajena.
Aún hoy el Martín Fierro es material de lectura obligatoria en nuestras escuelas, algo valorable si consideramos su extraordinario valor como expresión de uno de los protagonistas principales de nuestra historia: el gaucho. De esta manera, a través de la literatura (gauchesca), José Hernández hizo escuchar a todos los reclamos a los que había dedicado gran parte de su desempeño como político.
El éxito de esta publicación impulsó su segunda parte, publicada en 1879 como “La Vuelta de Martín Fierro”. José Hernández murió en octubre de 1886. Pero pasó a la inmortalidad a través de ese personaje que aún hoy le sigue contando a cada argentino su historia en primera persona; historia que viene bien releer de vez en cuando para recordar quiénes somos los argentinos y dejar de disfrazarnos de lo que otros quieren que seamos.