Número de edición 8328
Opinión

Historia Popular: Rosas y la Soberanía Nacional

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

Este año vuelve a celebrarse el Día de la Soberanía Nacional, recordado por la heroica defensa del territorio argentino de las agresiones del imperialismo anglo-francés, liderada por uno de nuestras figuras históricas que más debate genera: Juan Manuel de Rosas.

Para 1845, Rosas llevaba una década ininterrumpida como Gobernador de Buenos Aires y jefe de hecho de la Confederación Argentina, con facultades extraordinarias y la suma del poder público. Había gobernado, además, entre 1829 y 1832 sin estas últimas prerrogativas, que consiguió en medio del crítico clima político que se desató mientras él se encontraba a cargo de las expediciones al “desierto”. Crisis propiciada por el federalismo apostólico (rosismo puro), liderado por su mujer, Encarnación Ezcurra; y que estalló con el sospechoso asesinato del caudillo riojano Facundo Quiroga.

Esa enorme concentración de poderes le permitió a Rosas construir un liderazgo fuerte, bajo el cual encolumnó tanto a las clases propietarias (a las que pertenecía) como a los sectores populares, que adherían fervientemente a la causa de la Federación. Al mismo tiempo, supo construir una alianza entre los intereses porteños, que representaba como gobernador, y los liderazgos del Interior y el Litoral.

Ese apoyo le permitió gobernar durante todos estos años y superar tanto las numerosas rebeliones internas (como la conspiración de los Maza o la revuelta de los Libres del Sur) como los conflictos externos (la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana o el bloqueo francés de 1838), o incluso situaciones en que enemigos internos y externos se coaligaron contra la Confederación rosista (como la invasión de Lavalle en el Litoral apoyada por Francia, o el mencionado bloqueo, apoyado por porteños exiliados).

Durante muchos años, la figura de Rosas fue el blanco de múltiples ataques por parte de la corriente mitrista de la historiografía y fue el supuesto símbolo del autoritarismo, el populismo (en un sentido peyorativo), la barbarie sarmientina y el atraso; Rosas no era más que un tirano que obstaculizaba el proceso “civilizatorio” de nuestro país.

De esta manera, se obvió (como hasta hoy se hace) que el liderazgo de Rosas se construyó sobre un amplio consenso en la sociedad, y se desestimó su tan cercana relación con los sectores populares; asimismo, se negó que en aquellos conflictos, en especial los que lo llevaron a liderar la resistencia contra el extranjero, Rosas defendió realmente la soberanía nacional.

Sin embargo, es necesario alejarse de ciertas visiones contemporáneas excesivamente favorables a Juan Manuel de Rosas. Algunos historiadores, sin demasiado rigor, intentan pintar una figura de Rosas que termina siendo exactamente lo contrario al Rosas de la Historia Oficial: de villano a héroe, soslayando la complejidad que encierra cualquier personaje histórico, y en especial, Juan. Indudablemente autoritario, Rosas obstruyó el reparto de las rentas aduaneras que privilegiaba a Buenos Aires, y dilató la sanción de una Constitución Nacional. Además, fue gracias a él que varias de las familias tradicionales de la oligarquía argentina ensancharon sus propiedades.

Pero precisamente en épocas en las que la historia comienza a ser revisada y cuestionada, comienza a darse el sano debate acerca de ciertos personajes históricos, como es el caso de Rosas.
En los últimos años, el saludable interés de los argentinos por la historia nacional e iniciativas como la del gobierno kirchnerista de reivindicar el 20 de noviembre son señales positivas. Por eso mismo es necesario un debate crítico y superador de antiguas posiciones maniqueas.

Desde mucho tiempo antes, Gran Bretaña y Francia pretendían obtener la libre navegación de los ríos interiores argentinos para explotar allí nuevos mercados para sus productos. Rivera, el gobernante unitario uruguayo, les concedió el privilegio en el río Uruguay. Rosas, en cambio, se negó a abrirles paso en el Paraná. Entonces, las dos potencias más importantes de la época procedieron a obtener la apertura a la fuerza.

Corría 1845 y como se dijo, ya Rosas había repelido una invasión francesa en 1838. Esta vez, el pretexto de las potencias era defender «la independencia de Uruguay», ya que las fuerzas de Rosas, junto a las de su aliado en la Banda Oriental, el caudillo Oribe, sitiaban Montevideo para restaurar el gobierno del partido blanco.

El objetivo real de las potencias era, sin duda, conseguir la ansiada libre navegación (que conseguirían recién después de la caída de Rosas), independizar el Litoral, fijar los límites entre Uruguay, Paraguay y el Litoral, y en caso de que Rosas se rebele, poner en Buenos Aires un gobierno títere de los intereses europeos.

La derrota inicial de las fuerzas argentinas en Montevideo obligó a Rosas a organizar la resistencia en nuestro territorio. Las fuerzas invasoras se dividieron: el mercenario italiano Garibaldi arremetió contra las ciudades de las orillas del Uruguay, mientras que las potencias remontaron el Paraná. Sin embargo, su avance se detuvo. Fue el 20 de noviembre.

Cuando en el recodo de Obligado (a la altura de San Pedro) los invasores se encontraron con las cadenas gigantes que atravesaban todo el río, y la zona fortificada y protegida por baterías por orden de Rosas. Las fuerzas lideradas por el general Lucio Mansilla resistieron heroicamente, pero la superioridad del armamento anglofrancés, se hizo notar en las 7 horas de combate.

Sin embargo, «la obstinación del enemigo», según el almirante inglés, provocó un gran impacto en las tropas invasoras, que poco duraron luego de superar aquella resistencia, para terminar rindiéndose pocos días después. Una de las batallas más importantes de la historia argentina, entonces, terminaba con el sueño intervencionista de Inglaterra y Francia.

En Obligado, entonces, se defendió como pocas veces la soberanía nacional. Fue responsable de ello Juan Manuel de Rosas, personaje polémico y contradictorio en nuestra historia si los hay.
Pero el hecho de que tanto San Martín como un siglo después Juan Perón hayan reconocido su patriotismo, son señales de que el reconocimiento a Rosas y la conmemoración de esta fecha, desde el campo nacional y popular, son definitivamente acertadas.

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