Número de edición 8128
Opinión

Historia Popular: General de la Patria Grande

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

En pleno cambio de época, mientras a lo largo y a lo ancho de Latinoamérica los pueblos hermanos luchan por su definitiva independencia de la mano de líderes que retoman las banderas de nuestros libertadores, homenajeamos a ese gran criollo que hizo realidad la emancipación de la Patria Grande.

“Seamos libres, lo demás no importa nada”.

Un nuevo 17 de agosto se avecina y vuelven los discursos escolares reivindicando a aquel militar glorioso y los suplementos describiendo minuciosamente el épico cruce de los Andes. El San Martín como hombre excepcional, de bronce, especie de superhéroe militar del siglo XIX.

Sin embargo, esta construcción del papel histórico que tuvo don José de San Martín en la emancipación es una visión sesgada que, como tal, omite características de aquel libertador que no eran funcionales al proyecto de país de quienes impusieron la llamada Historia Oficial.

Un San Martín aséptico y ajeno a las disputas políticas entre criollos, enemigo de los españoles, y puntal de la línea histórica que continuarían Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Línea iniciada por Mariano Moreno, supuesto defensor de los intereses británicos en la Revolución.

No obstante, analizando ciertos “detalles” que se suelen omitir en esta construcción, resulta extraño considerar a San Martín como un enemigo de los españoles, luego de haber luchado durante años en sus ejércitos contra las fuerzas napoleónicas, hasta 1812, año en el que volvió a su patria.

Difícil también considerarlo en la misma línea histórica de los liberales pro-británicos. De existir ese vínculo entre el general correntino y éstos, no habría existido la persistente rivalidad entre Alvear y San Martín, que obligó a éste a alejarse y pasar a Córdoba y luego a Cuyo, donde desempeñó una gestión como gobernador basada en la educación y sostenida con impuestos a los
sectores privilegiados.

Más raro resulta, incluso, que la rebelión de generales recién llegados al país y vinculados al morenismo y la Logia Lautaro, liderados por San Martín, hayan tenido como objetivo derrocar al primer Triunvirato, cuyo líder en las sombras era el secretario Bernardino Rivadavia. Seguramente, estos pequeños datos fueron olvidados por los simpatizantes de la Unión Democrática que en 1945
marcharon en contra del gobierno “pro-nazi” de Farrell y Perón con carteles de ambos personajes históricos juntos.

“Mi sable nunca saldrá de la vaina por opiniones políticas”, dijo el prócer y esa frase alcanzó para demostrar su distancia con respecto de las luchas civiles que siguieron a la independencia. Pero con la sola negación de San Martín a agredir a compatriotas no se explica que en 1828, cuando después de muchos años regresaba a su patria, entusiasmado por la llegada al poder de Manuel
Dorrego, haya rechazado el ofrecimiento del golpista y asesino Lavalle de tomar las riendas del poder en la provincia.

Será, más bien, que en Buenos Aires lo esperaban algunos porteños heridos por el gesto de San Martín en 1820, cuando el Directorio, ante la avanzada de los caudillos litoraleños sobre la ciudad, le ordenó a él y a Belgrano abandonar sus campañas y concurrir a defender al gobierno central, que había dictado la primera constitución unitaria y estaba en tratativas para coronar a un rey
europeo en nuestra patria.

San Martín se negó rotundamente, lo que le valió las críticas de los porteños y posteriores acusaciones de querer ser “rey”, el “Rey José”, y el abandono en la parte final de la campaña hacia el Perú, para la cual necesitó de la ayuda de O’Higgins. Con esos mismos sectores que lo denostaban se pretendió relacionar a San Martín, que por el contrario tuvo gestos de grandeza tales como el de someter a la aprobación de sus soldados su continuidad en el Ejército de los
Andes una vez caído el gobierno central y sintiendo anulada su legitimidad.

Mucho menos “neutral” fue San Martín cuando, ya desde Francia, apoyó la férrea autoridad de Juan Manuel de Rosas y ante la prepotencia de las potencias que osaron invadir nuestros ríos, ofreció su ayuda y se entristeció al saber que criollos eran capaces de apoyar al extranjero colonialista con tal de defender intereses políticos propios.

Difícil imaginar un San Martín neutral o cercano a los unitarios cuando legó a Rosas nada menos que su legendario sable, con el que combatió en aquellos heroicos combates, siempre fielmente enumerados por los libros de texto escolares.

Sí es posible pensar en un San Martín cuya idea de libertad e independencia no se restringía a Buenos Aires ni al Río de la Plata ni a lo que hoy conocemos como Argentina. Su patria era la Patria Grande, la misma por la que luchó Bolívar desde el otro extremo de la región. No liberó Chile y Perú porque le sobraba tiempo o municiones: lo hizo con la firme convicción de que la liberación debería ser conjunta y a nivel continental.

Premisa postulada también por José Gervasio Artigas y retomada mucho más adelante por Juan Domingo Perón, Ernesto Guevara y, en el presente, líderes como Hugo Chávez y Néstor Kirchner. Ideal heredado por los pueblos que en el Mercosur, la Unasur, el ALBA y la Celac intentan hoy construir aquella unión latinoamericana que se proyectó y sintetizó en ese encuentro entre San
Martín y Bolívar.

Sepan disculpar quienes esperaban otra enumeración de sus batallas o la descripción de la innegable hazaña del cruce de los Andes. Datos sobre ellos hay, y muchos, en los espacios dominados por la historia tradicional. El San Martín de la Patria Grande, nacional, popular, antiimperialista y verdaderamente revolucionario, ése nos proponemos recordar: el que alguna vez dijo “cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

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