Número de edición 8328
OpiniónPolítica

Enfoque, Caso Nisman: ¿Quién Paga Por Esto? Por: Carlos Galli

ENFOQUE

Por: Carlos Galli

carlosgalli@yahoo.com

 

En febrero de 2009, merced a los testimonios recogidos entre amigos, funcionarios y familiares, el autor Eduardo Rovner sube a escena en varios teatros porteños un espectáculo basado en la vida, historia  y presidencia del Dr. Arturo Humberto Illia, donde relata cómo un hombre honesto muere en la pobreza más absoluta, sólo acompañado por los suyos, vapuleado por los medios de la época y agraviado por buena parte de la clase dirigente.

Sólo el título de la obra – ¿Quién paga esto?-, da pie para repensar el entramado que culminó en estos días con el archivo de la denuncia de Alberto Nisman contra la Presidenta, puesto que nada tienen en común quien falleciera en tales circunstancias luego de haber ocupado tan alta magistratura y ser depuesto por un patético generalote llamado Julio Alsogaray y la suerte del fiscal por el cual vivimos en vilo cuatro meses.

Conocido el dato del óbito de Nisman, los módulos mediáticos que lo urgieron a tal fin, buscando la figura ideal para minar al gobierno, se activaron. No fueron casuales los contactos con las diputadas del RAP (Rictus Amargo Perpetuo) Patricia Bullrich y Laura Alonso, turbios personajes con poder de fuego sólo superado en estos momentos por sus prudentes silencios. La trama era perfecta. Un inmaculado burócrata que suspende un viaje idílico, deja a su niña, presenta tal acusación y luego, remedando El Misterio del Cuarto Amarillo, de Gastón Leroux, aparece muerto en el baño de su suntuoso departamento  (como todo en su vida). Servido en bandeja. A partir de allí, (para envidia de Ágatha Chistrie), se fueron desovillando en metódicas tandas, hechos que dividieron a la sociedad en fervientes magniciditas y quienes sospechamos de una operación donde no faltaron:  un rastreo exclusivo en Ezeiza; un ex soldado que da la noticia y huye; un asistente que, a sabiendas de un delito aporta un arma ; testigos tan endebles como la celeridad de la anciana madre aspirando cajas fuertes, apropiándose no ya, de pertenencias propias sino de elementos de la causa; las obvias razones de peso (s) de su viuda, tan dúctil en sus reclamos a la tarea de la fiscal Fein como refractaria hacia las irregularidades comerciales de su actual pareja; el despliegue de la cadena info.-opositora, matizada por los opinólogos todo terreno y móviles en vivo 48 horas por día. Infaltables quienes dictaminaron que “los asesinos” fueron topos foráneos  no captados por ojos ni cámaras, ingresaron a la morada, fusilaron a su víctima y se marcharon a despecho de cualquier ley física.

Un grupo de “colegas”, tan impresentables como el occiso, organizaron una marcha obviando los agujeros negros que ya afloraban. Ineficacia, despilfarro de fondos públicos, amigas, fotos producidas, ingresos lentos y gastos veloces, cuentas no declaradas, y… En dicha marcha, reclamando justicia los encargados de impartirla, sobraron insultos disparados por gentes azuzadas y los tenebrosos habitantes del cuarto piso de Comodoro Py. Intrépidos fiscales, sólo valientes para acusar pibes indigentes, fogonearon la mecha de la molotov que arrojarían sobre las elecciones.

Pasados estos tiempos de intrigas, acusaciones, recusaciones y restando dilucidar, tras analizar celulares y ordenadores del fallecido (sin apelar a “la invasión de la privacidad”), cuando y a qué hora se provocó el fatal disparo, y archivada definitivamente la denuncia, debemos hacernos unas cuantas preguntas. Todos los que  -a sabiendas- plantaron esta aberración jurídica, ¿no tienen ningún costo?, ¿cómo justifican su abandono de tareas, ya que otros en su lugar serían sancionados?, ¿cómo reparamos el daño internacional ocasionado al país por esta casta privilegiada a la que nadie elige, eximida del pago de tributos y con ocupación asegurada hasta el día de presentarse ante El Señor?, ¿cómo se quita la mácula a personas o instituciones que fueron zaheridas tan irresponsablemente?

Todos estos interrogantes me conducen a unas últimas consideraciones haciendo un parangón entre ambos protagonistas de estas líneas. El señor Alberto Nisman  nunca estuvo solo (más bien generalmente con gratas compañías viajando por el mundo); no fue tan honesto como lo colorearon; no murió en la pobreza; no lo vapulearon los medios opositores; no lo desamparó una buena parte de la sociedad; no lo ignoraron aquellos políticos beneficiarios de sus fallos; no dejó a su familia desamparada y no fue exhumado en un triste sepulcro.

Ante tantas y notorias diferencias, me repregunto: ¿Quién paga por todo esto?

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