Número de edición 8328
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Editorial De Ficción: Uno Ochentaicuatro Y Dos Treintaicuatro. Por: Carlos Galli

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Quizás por casualidad, ostentación o por desgracia divina, el selecto grupo político compartía el coqueto edificio de Barrio Parque. Si bien el regente había aumentado los impuestos, sus sólidas billeteras no registraron el impacto.

Por: Carlos Galli

carlosgalli@yahoo.com-11-08-2015-

Semanalmente, marchaban a la ronda de canales y programas amigables a fin de certificar su supervivencia. Esa noche, la ocupante del piso 22- mantenido por amigos-, se despidió de su asistente ensayando el guiño cómplice que tan bien le salía en cámara y  enfrentó el ascensor. Mariano la esperaba y no era cuestión de retrasarse. Soslayó sus actitudes gorilas y proclamas golpistas ya que ella, allí, era muy bien acogida.

Dentro de la cabina, la  supuesta rubia notó que los años marchaban más rápido que sus deseos de retenerlos y no pudo obviar que la vida le había entregado volumen, desvaríos y frustraciones políticas equitativamente.

Ya en la calle, el taxi enfiló hacia el complejo televisivo opositor, todavía en pie, gracias a que los tres supremos sobrevivientes mantenían con prisión preventiva y arresto domiciliario a la ley de medios de la democracia .Una vez en el canal, saludó falsamente a varios de sus colegas/competidores camino a los camarines. En un pasillo se topó con Sergio, que acudía presuroso a la isla de edición para entregar más “cámaras de seguridad” de su municipio pero, eso sí, excluyendo la zona de Nordelta.

En la sala de maquillaje, en tanto Mauricio, aneuronal y balbuceante como siempre,  clamaba por su guión, Patricia, a su lado, trataba vanamente de explicarle a un técnico retirado porqué le había incautado en el pasado parte de su sueldo. Muy cerca, mientras Pino, fastidiado, firmaba viejísimas copias de La Hora de los Hornos acercadas por setentistas nostálgicos, Ricardito memorizaba como podía el preámbulo de la Constitución que tan buenos resultados diera décadas atrás. De paso, por el rabillo del ojo, espiaba cómo Hermes subrayaba presuroso alguna cita en un vetusto ejemplar de El Hombre Mediocre.

En el espejo contiguo, trataban denodadamente de recomponer la imagen de Hugo, despreocupado por haber estacionado su camión en contramano luego de girar imprevistamente a la derecha. De todos modos, si llegaba alguna infracción, le pediría al destructor de la CABA que la descuente de aquella vieja indemnización del contrato de la basura.

En un momento, como tocados por un resorte, cada uno marchó hacia los estudios donde aguardaban por ellos Nelson, Santo, Marcelo, Clara, Alfredo y otros con la ardua misión de convencerlos. Los plazos se acortaban y la corpo ya había invertido mucho tiempo y dinero como para seguir admitiendo papelones  y fracasos.

Dentro de ese entorno, ella, la falsa rubia ya instalada, sabiéndose la gran estrella, repasó mentalmente el libreto. Necesitada de renovar pergaminos inexistentes, le ofrecería argumentos incomprobables a los anteojitos escrutadores de su examinador. Y habló. Rememoró su papel junto a la hormiguita Graciela, recomendó eludir “armas y emboscadas”, mancilló a Néstor manifestando “tranquilidad” ante su partida y expuso una vez  más su enorme vocación por destruir lo que pergeña. Más tarde, al apagarse las luces, muy dentro suyo percibió que esta vez no había sido como siempre.

El Gran Fiscal pareció no quedarse satisfecho y la despidió con un no muy convincente “Elisa, gracias por venir”. Desandando el camino, buscó febrilmente la explicación hasta encontrarla. Evidentemente, el uno ochenta y cuatro en las elecciones de 2011 y el 2,34 de 2015, habían sido muy poquito.

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