De 1982 a 2012. 30 años de Malvinas. Treinta años de la guerra más inútil, nefasta e innecesaria que tuvimos los argentinos. Historieta repetida, la escuchamos año tras año. ¿Realmente la escuchamos o sólo forma parte del ensordecedor ruido cotidiano que nos rodea? Realizar un análisis que trate de rescatar las dos campanas, la positiva y la negativa, es una herida al orgullo argentino que no nos gusta hacer. No se puede hacer y no nos gusta que nos mojen la oreja.
Por Jonathan Agüero Cajal JVAC
jonathan.aguero.diarionco@gmail.com
Sin embargo, para seguir mirando al futuro jamás se debe olvidar el pasado dicen mucho por ahí. Para este aniversario podemos decir los ex combatientes comenzaron a obtener un poco de ese “preciado reconocimiento” que necesitaban pero la fecha es aún tan dolorosa como siempre: miles de historias que siguen saliendo a luz, verdades amordazadas, horrores, soldados mutilados interiormente que fueron pibes inocentes de dulce corazón, obligados a callar apretando la herida ponzoñosa. Morada y sangrante. ¿Dónde está la causa social de semejante holocausto psicológico?
En el propio mecanismo y artífice de la guerra: la dictadura. El cuervo, el fantasma que siempre nos seguirá para hacernos recordar que aún estamos vivos. Menos mal. La cruel maquinaria de guerra consistía en borrar, ocultar los errores (porque aciertos no hubo claro está señores), haciendo borrón y cuenta nueva. Tapando el dedo con el sol como diría mamá. Cuando terminó la guerra los pibes tuvieron que firmar su propio silencio, seguir obedeciendo desde la camilla. La censura, el silencio, el no poder descargar su sufrimiento cuando tenían inocentes dieciocho años es la consecuencia actual de más de 500 suicidios de ex combatientes lamentablemente contabilizados. ¿Leyeron? Casi más de la mitad de los sobrevivientes no pudieron aguantar más.
¿Por qué los ex combatientes tienen la herida que tienen? Porque no fueron recibidos cómo se lo merecían (lo sabemos), no hubo ninguna clase de recibimiento (nos costó reconocerlo), al contrario fueron considerados el “chivo expiatorio” que se tenía a mano de la guerra y pasaron de denominarse “los soldados de la guerra” a los “pibes que perdieron en Malvinas”. Muchos no lo vivimos, pero hay una gran parte de la sociedad que dió la espalda (influenciada y por supuesto mediatizada por algunos líderes de opinión). Debe ser difícil dormir con la conciencia intranquila. Al terminar la guerra fueron llevados a los centros militares para “engordarlos” de vuelta (los familiares lo saben), obligarlos a callar y mandarlos de nuevo a sus hogares sin ninguna clase de apoyo psicológico.
Es precisamente la falta de una contención social, asistencial y psicológica (sumado el cumplimiento de “no hablar”) el mayor reclamo hasta nuestros días. Esto desencadenó como consecuencia inmediata la imposibilidad de reinserción social y laboral en la gran mayoría de los casos. Un gran porcentaje de los pibes, de la carne de cañón que fue a combatir, eran simples muchachos del interior del país (los negritos o los perejiles de la misma maquinaria militar como se decía en la jerga) que vivían del campo, con el cálido refugio del sol árido y la tranquilidad que nunca más volverán a experimentar; y fueron mandados a combatir bajo un frío cero con lo que ya sabemos: sin armas, sin ropa, sin argumentos. A esta altura ya es casi innecesario remarcar esto.
De los que volvieron, sólo algunos hicieron carrera dentro del servicio militar y otros en la policía, todo a costa de tratar de sobrevivir y subsistir económicamente, porque ¿qué otra cosa podían hacer estos pibes? Cómo se decía “otra no quedaba”. Y en la gran mayoría de los casos eso fue mucho peor debido al procedimiento y el “manejo”, la “vida de la vieja policía” tal como se la conoce en nuestro país. Todos lo conocemos, vamos no seamos inocentes, y sabemos de la dureza, la frialdad, el distanciamiento que genera el estricto entrenamiento de las fuerzas.
Luego está lo que venimos viendo en los últimos años, al salir a trabajar, al salir a estudiar, al caminar. Que vemos y no nos importa, seguimos de largo, total no nos afecta nosotros. La lucha interna entre los ex combatientes que SÍ fueron a Malvinas a combatir y aquellos que si bien no llegaron a descargar un fusil en las Islas estuvieron a punto de hacerlo, esperando agazapados con el mismo trauma de guerra (nadie lo niega) y reclaman también un correspondiente subsidio. La contienda entre ex combatientes y soldados conscriptos. ¿Cuándo se resolverá? ¿Cuántos están diciendo la verdad y cuántos soldados que salen a reclamar están mintiendo? ¿Merecen o no también un subsidio? Debates que treinta años después aún no tienen solución. Y allí está, la figurita cotidiana, los cortes y reclamos. Taxistas que se quejan de que el país es un desastre. ¿Y quién comprende a los que en verdad están lastimados? Gracias a ese pibe vos estás manejando un taxi, tranquilo.
La (casi) única contención que encontraron los “rechazados” fue en ellos mismos. La creación y proliferación, sobre todo durante la década de los 90’s y en la actualidad, de las ONG’s y centros de ex combatientes, se convirtieron en el único lugar (fuera del seno familiar que tampoco podía hacer mucho) para expurgar las penas y el dolor. Hay contabilizados gran cantidad de suicidios, algunos incluso de combatientes que se tiraron desde el Monumento a la Bandera en Rosario al vacío. Impresionante y desgarrador. Hoy a diario, siguen cayendo nuevos combatientes a los centros, que van “por primera vez en sus vidas” para contar y desahogar lo que sufrieron. Más increíble aún justamente después de treinta años.
Tal vez si necesitamos ser verdaderamente analíticos, podemos decir que la guerra de Malvinas fue el último bastión necesario para que se diera muerte a la dictadura. “Malvinas” fue la última pieza de un siniestro juego a nivel latinoamericano y global que rebalsó el vaso, que pidió aire porque se asfixiaba y se estaba muriendo de verdad, y que exigía el paso a una democracia.
No sólo hablamos de treinta años de guerra y de una llaga que sigue sangrando… sino también de treinta años de democracia. Con sus defectos y virtudes. Cambiaron las reglas de juego y del mapa nuevamente, se nos vino encima la aún más sutil mecánica de la globalización. Difícilmente nunca más volverá a suceder lo que pasó. Difícilmente ningún joven volverá a empuñar un armar como ese familiar nuestro, ese amigo, ese padre, ese profesor, ese laburante, ése que está al lado nuestro. Hay que escucharlos y darlos a conocer. Son héroes del silencio y el horror.