
En vísperas del día de los enamorados, daremos un vistazo por algunas encrucijadas del amor; su relación con el deseo, el consumo de la imagen del cuerpo y el otro.
El mito de Orfeo y Eurídice es uno de los mejores representantes de un vínculo amoroso. En esa historia, el poeta Orfeo se adentró en el infierno para rescatar a su amada muerta. Con su música obtuvo el permiso de Hades para salir junto a ella, bajo una sola condición: él no debía volver su mirada hacia Eurídice hasta que ambos se hallen afuera del infierno.
Luego de haber transitado todos los peligros que los acechaban y faltando un paso para alcanzar la libertad, el miedo y la inseguridad obligaron a Orfeo a voltear su mirada. Este acto generó que Eurídice se desvaneciera en sus manos, arrebatándole el amor de su vida.
No es la primera vez que escuchamos que en los caminos del amor se debe andar ciego. Pero el mito de Orfeo nos permite pensar en el nivel de entrega que debe tener un amante para no perder a la persona amada.
En lo referente a la ceguera, Freud explica que, en el enamoramiento, la persona amada es elevada a un estatus de ideal para el sujeto. En otras palabras, el enamorado vive en un estado de ceguera donde inhibe cualquier tipo de crítica hacia su amor, cayendo en una pequeña ilusión de perfección hacía este.
El problema es que el sujeto en su estado de enamoramiento exige cierta reciprocidad por parte del otro. Demanda ser amado de igual modo. En el caso de que las condiciones sean propicias, obtendremos un estado de enamoramiento pleno, perfecto, sensacional; pero perecedero e ilusorio. Este tiempo de enamoramiento necesariamente debe concluir, pues no se le puede pedir a lo perecedero que viva por siempre, ni a lo eterno que muera.
Lo cierto es que el amor es complejo, porque el nivel de reciprocidad requerido por el sujeto está dado en una instancia bien narcisista. Lo que uno ama en el amor es a sí mismo siendo amado por el otro. El problema se centra en que el otro no se reduce a ser un espejo del yo.
La complejidad del otro es infinitamente superior a cualquier imagen que el yo pueda hacerse de este. Y esta complejidad, este real irreductible, es lo que termina derribando al amor narcisista. La frustración que genera la irreductibilidad del otro puede despertar todo tipo de afectos agresivos; como el odio, los celos, irritabilidad, impotencia, etc.
¿Nuevos tipos de amor o puro narcisismo?
Las redes sociales nos han proporcionado una posibilidad de segmentar al sujeto y catalogar el amor en otros órdenes. El tipo de encuentro con el otro donde la imagen erotizada de un cuerpo es compartida para que sea valorada por un grupo social, repleto de sujetos anónimos, no parece ser un signo de amor, sino un sustituto desmembrado que satisface al narcisismo.
¿Cuál es la diferencia con el fenómeno anteriormente nombrado? La segmentación del otro y del cuerpo del sujeto. El otro se reduce a una mirada excitada que responde a la imagen de un cuerpo vaciado de todo sentido.
En esta situación, el amor encuentra muy poco espacio. Es más bien una exageración del consumo virtual masivo, propia de los cuadrantes dados por la tecnología y el paradigma capitalista.
Todos los caminos… un camino
Para Lacan el amor y el deseo están en veredas opuestas (aunque semejantes en algunos aspectos). Mientras que el amor narcisista se sitúa en el terreno del yo con un ideal de plenitud que engaña al sujeto, el deseo se halla en el punto en el que la demanda de amor no puede ser satisfecha.
El deseo es el fruto de la insatisfacción; enardece al sujeto, enfrentándolo a aquello que no tiene, lo arroja a la búsqueda eterna de lo que jamás podrá adquirir o ser, porque la esencia misma del sujeto nace de su falta. Sin embargo, la faz carente del deseo tiene su contrapartida. El deseo también puede ser transformador de la realidad.
El amor más allá del narcisismo
Hay una instancia en donde el amor es el fruto del encuentro entre dos personas que no buscan complementarse, ni saturar sus faltas, ni rebalsar de plenitud; sino, que es un espacio donde ambos se aman con sus fallas, con su complejidad y carencias.
Ese tipo de amor se asemeja al deseo, cuenta con muchos de sus componentes; pues, halla en el deseo un factor potenciador, donde cada parte de la pareja puede generar sus propios proyectos individuales y crecer mutuamente. Este tipo de amor acepta el desencuentro con el otro como parte del juego. No siempre comprende su complejidad, pero busca los caminos propicios para convivir con la diferencia.
Con lo dicho, parece que todos los caminos del amor nos llevan a la pérdida. Pues, el engaño de la plenitud está destinado a caer, para dar lugar al deseo, que es inherente al humano. Sin embargo, existe la posibilidad de amar al otro más allá de la obtención de cualquier tipo de ganancia. Amar por el hecho de amar, aun sabiendo que se perderá la batalla. Pues, volviendo a nuestro querido Orfeo, un héroe siempre pelea contra su destino, aun sabiendo que este es el que lo convierte en tal.