Número de edición 8328
La Matanza

Opinión: Sobre profesionales y clientes

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Por: Hugo López Carribero

Abogado penalista

Desconfíe en aquellos que afirman nunca haber perdido un juicio, salvo que usted esté viendo una película de ficción tribunalicia, pues entonces deje de leer estas líneas, apague la luz y disfrute del film.

El buen abogado nunca discute, solo simula discutir. Pero el más torpe es el abogado que discute con su propio cliente.

Es muy común que el cliente quiera discutir con el abogado.

Muchas veces el cliente se siente frustrado, con impotencia al enfrentar un juicio, y encima tiene que abonar los honorarios del abogado para que lo defienda.

Ese cliente está enojado con la vida. Se pelea con la esposa y trata mal a sus hijos. Son los mismos que se bajan del auto a pelear en la calle con el tipo que los encerró con la moto.

Esto es un cóctel de emociones negativas que a veces explota en el temperamento del cliente, y a menudo esto sucede dentro del despacho del abogado.

Es el instante en que el cliente del abogado debe convertirse en el paciente del psiquiatra, antes que el paciente del psiquiatra sea el abogado.

Pero el abogado tiene que saber que esto es como en el boxeo, cuando uno no quiere, dos no pelean.

Pero cuidado, y mucho cuidado. Un abogado soberbio es más peligroso que un edificio en ruinas. Al edificio se lo puede apuntalar.

Aunque también son muy difíciles de tratar los que quieren, pero no pueden. La imposibilidad  los hace y los convierte en seres agresivos, furiosos y enojados con los demás y consigo mismo.

El orgullo vanidoso de algunos abogados, es como el veneno que corre por sus propias venas. El abogado que se enfada por las sanas críticas reconoce, aunque no quiera, que las tenía bien merecidas.

Puede esto observarse en el ámbito de la administración de justicia, y con mucha facilidad.

En la mayoría de las veces, cuando se advierte una injusticia que afecta a un cliente, ó incluso a nosotros mismos en el ejercicio de la profesión, allí es el miedo el que paraliza las iniciativas, que tienden a subsanar las injusticias.

El miedo es alimentado por pensamientos ficticios. Es por eso que el buen abogado debe despojarse de su enemigo mas temible; el miedo.

El miedo a sanciones disciplinarias que no están establecidas e la ley. El miedo a pasar por ridículo.

A menudo, en el ejercicio de la abogacía, y en especial del joven abogado, el miedo va acompañado de un sentimiento de culpa.

El miedo y la culpa se alimentan mutuamente, se cuidan recíprocamente, y se contempla con buen ánimo. Son amigos, compañeros de andanzas, compinches y confidentes.

Con miedo y con culpa, el abogado no logra conectarse con su cliente, ni con el juicio. Se convierte en autista y cae dentro de los laberintos más oscuros de sus propios pensamientos.

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