Número de edición 8328
La Matanza

Historia Popular: No tan jóvenes

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

Los últimos 16 de septiembre han tenido un sentido especial: miles de jóvenes se han incorporado a la política, eso que hace tiempo era (y aún lo es para muchos adultos) mala palabra. No lo era para esos jóvenes que en el ‘76, violentamente reprimidos por un reclamo como el boleto estudiantil, salieron a reclamar contra un proyecto de país contrario al que ellos habían querido construir.

El miedo a que los jóvenes se interesen por cuestiones políticas y participen en ella es palpable. De parte de los jerarcas de las corporaciones y de los derechistas medios masivos de comunicación (que en muchas ocasiones, es decir lo mismo), pero también de los mismos dirigentes políticos y sindicales que se encaramaron en el poder décadas atrás y ven este avance de la juventud como una amenaza a sus lugares de privilegio en la toma de decisiones acerca del rumbo del país, nada menos.

Puede encontrarse también una actitud similar ante la participación política juvenil, respondida con el más crudo terrorismo de Estado de forma sistemática, en la última dictadura cívico militar.
Uno de los hechos más tristes relacionados con esto motiva la conmemoración, cada 16 de
setiembre desde hace unos años, del Día Nacional de la Juventud.

Corrían los setenta, pero no los primeros, los de la primavera, los de la movilización popular, los del clima revolucionario: los setenta de la represión, de la reacción, de la sociedad aterrada e inmovilizada que, paradójicamente, quienes hoy denuncian un gobierno dictatorial añoran, no desinteresadamente.

Sin embargo, quienes habían militado ya desde fines de los ’60, con ese hito que fue el Cordobaza como rebelión popular, obrera y estudiantil, y que habían experimentado una situación más que esperanzadora en el ’73, ahora se veían en una etapa de resistencia. Una resistencia casi imposible, ante todo un aparato estatal dedicado a aniquilar a ese supuesto enemigo interno que eran los jóvenes y trabajadores militantes, portadores de cualquier idea del centro a la izquierda, llámese peronistas, socialistas, comunistas y demás ideologías “peligrosas”. Había que neutralizar todo proyecto de transformación política e inmovilizar al resto de la sociedad, que se sentía “entre dos fuegos”.

Nada de esto asustó a aquellos jóvenes, militantes de esas organizaciones “subversivas”, como la Unión de Estudiantes Secundarios, parte de la izquierda peronista, y la Juventud Guevarista, quienes salieron, de todas formas, a reclamar por el boleto estudiantil.
Pertenecían a la Escuela Normal Nº 3 de La Plata y tenían entre 14 y 17 años.
Sin embargo, para ese gobierno genocida y para ciertos sectores de la sociedad que convalidaron aquel genocidio, la edad era apenas un dato, tratándose de “delincuentes subversivos”. Eran lo suficientemente adultos, al parecer, para sufrir la represión más brutal de todas.

Por el contrario hoy, aún cuando la juventud, por diversas y complejas cuestiones socioculturales contemporáneas, ha adquirido mayores responsabilidades, esos mismos sectores tildan de demagógica o inútil la iniciativa de incluir en el sistema político a la franja que va de los 16 a los 18 años.

Pero volviendo al 1976, el Batallón 601 del hoy juzgado genocida Camps no tuvo piedad
con la juventud de Daniel Alberto Racero, María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini,
Francisco “Panchito” López Muntaner, Claudio De Acha y Horacio Ungaro, quienes fueron
violentamente asesinados.
Tampoco repararon en la minoría de edad de Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler, quienes, sin embargo, sobrevivieron a la tortura impuesta por los responsables del bienestar de los ciudadanos, embarcados por entonces en una “guerra” que los llevó a aplicar la mayor crueldad contra personas de 14 años. No eran tan jóvenes como para ser así castigados, parece.

Gracias al testimonio de Pablo Díaz, sobreviviente, fue que tiempo después se reconstruyó la historia de lo que hoy conocemos como La Noche de los Lápices. En un contexto, sin embargo, donde primaba la teoría de los “dos demonios” y que vaciaba de contenido político a la lucha de aquellos jóvenes, reduciéndolos a víctimas de algo con lo que nada tenían que ver.

Habría que esperar a 2003 para que tanto los responsables del genocidio como sus víctimas sean juzgados y entendidos por la sociedad como representantes de diferentes proyectos políticos, habiendo triunfado el neoliberal, antipopular y extranjerizante, impuesto por los torturadores y coronado por la dirigencia política en los noventa, con aquel modelo privatista basado en el individualismo, la frivolidad y el consumismo.

La lucha, la resistencia de aquellos jóvenes, revive en cada estudiante, cada joven trabajador, que hoy, en una democracia cada vez más amplia, ejercen sus derechos políticos participando en un centro de estudiantes, abriendo un centro cultural, formándose políticamente y quizás, en poco tiempo, eligiendo a sus gobernantes.

Afortunadamente, en la Historia sobran estos ejemplos del pasado que sirven para
reflexionar sobre el presente, y, quizá, tener mayor prudencia a la hora de denunciar a una
supuesta “dictadura” que en vez de restringir amplía derechos y que, en todo caso, restringe los de las corporaciones económicas, y de reconocer que aquellos que fueron víctimas de la represión (y aún lo son en cárceles y comisarías) no son tan jóvenes para participar en la vida política del país.

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