Número de edición 8328
GBA

La condición socioeconómica de las familias repercute en la escolaridad de adolescentes y niños

La condición socioeconómica de las familias repercute en la escolaridad de adolescentes y niños.

Así lo aseguró la doctora en Ciencias de La Educación, Patricia Redondo, a partir de su propia investigación sobre la enseñanza en los colegios de barrios populares del conurbano.

La, además, profesora de la Facultad de Humanidades de La Universidad de La Plata habló sobre el estudio que realizó, desde el año 2016, en el programa Mañana Contigo de Radio Colonia y se refirió no solo a la situación escolar que los jóvenes y niños afrontan, sino también, sobre los aspectos que influyen en sus rendimientos de aprendizaje.

En el espacio conducido por Mario Portugal, la académica aseguró que la indagación que llevó adelante se realizó centrándose en las zonas del conurbano de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en lo que se llama el “segundo cordón” y que incluye al Partido matancero.

“Investigué en una zona de La Matanza que se nombra como ´el fondo del fondo´ donde son barriadas populares. En estos barrios hay familias trabajadoras que durante el periodo de la controvertida década ganada o perdida mejoraron sustantivamente respecto a algunas cuestiones, en particular, la condición de vida de los niños y niñas, pero hoy, nuevamente, están sin trabajo y en una situación muy agravada”, afirmó Redondo.

No es una cuestión cultural sino de posibilidad

Dentro de este contexto socioeconómico actual, la doctora en Ciencias de la Educación advirtió que son cada vez más las mujeres, madres, del círculo familiar las que amplían la cantidad de horas laborales para cubrir las necesidades del hogar y esto, en consecuencia, resuena directamente en la trayectoria educativa de los hijos.

“Cuando hay una caída de la cuestión económica y social, se complejiza la problemática social a medida que hay pérdida del trabajo asalariado, del trabajo en blanco y se precariza muchísimo, particularmente, son las mujeres las que extienden sus jornadas laborales para sostener la economía de sus grupos familiares y eso redunda en situaciones de mayor complejidad, por ejemplo, donde las limitaciones de acceso material y de acceso a los bienes simbólicos se limitan muchísimo”, había sostenido.

De este modo, Redondo afirmó que las maneras en que esta falta de estabilidad económica incide son varias y una tiene que ver con que “se discontinúa la asistencia de los niños y de los adolescentes a la escuela” y no solo por la ausencia de una figura parental, sino que, muchas veces, los jóvenes quedan a cargo del cuidado de otros miembros de la familia.

“A partir de una mesa interuniversitaria, estamos acompañando el proceso en Moreno y los profesores de escuelas secundarias comentaban, además de todas las cuestiones edilicias, que había un problema en relación con que los adolescentes o están trabajando, que ganan menos, pero consiguen trabajo más fácil que sus padres, o cuidan a los hermanos pequeños en los momentos en que las madres pueden salir a trabajar”, agregó.

A la vez, insistió sobre el rechazo de denominar a las zonas del segundo cordón del Gran Buenos Aires como “marginadas” debido a que, consideró, es un término peyorativo y que atrae consigo una mirada “estigmatizante sobre las familias de grupos populares o las comunidades y que yo nombro más de barrios desheredados”.

Siguiendo esta postura, Patricia Redondo mencionó otra problemática que, sumada a lo socioeconómico familiar, contribuye a que hoy muchos jóvenes no accedan a su derecho y obligación que es el estudiar y que son las políticas pedagógicas y, en este sentido, criticó el modelo tradicional de la escuela y la falta de recursos con las que las instituciones cuentan.

¿En qué sentido el modelo tradicional no ayuda?

Como principal aspecto, la doctora resaltó la importancia del vínculo con el estudiante, el conocer su realidad personal y que el sistema clásico de enseñanza no contempla ya que “no dialoga con las experiencias de las familias y los jóvenes de las escuelas de sectores populares” y que otras políticas, que se venían implementando, sí lo lograban pero que hoy están desmantelándose.

Así señaló que se acontecen: “Por un lado, escuelas que se pueden, a partir del colectivo docente, afirmar en propuestas pedagógicas que alteren un poco el formato escolar, que tienen una perspectiva, construyen un vínculo muy fuerte con las comunidades, que problematice la realidad y encuentren formas de trabajo curricular de enseñanza que acompañe nuevamente a los niños, adolescentes y a los jóvenes”.

El otro ítem, no menos importante, es el de la paritaria y, en ese sentido, marcó que es algo “que no se cumple” y añadió que se deben asegurar las circunstancias salariales “para que los profesores y las maestras estén en condiciones de brindar enseñanza, la infraestructura necesaria, pero, al mismo tiempo, tener los recursos; los libros, material tecnológico, todo lo que pueda permitir sostener prácticas de enseñanza más emancipatorias”.

Asimismo, la investigadora echó abajo los prejuicios y aseguró que los jóvenes “responden a la interpelación de la cultura. Un niño llega a primer grado con el deseo de aprender, escribir y de conocer el mundo” y desestimó a quienes consideran que la escuela “no tiene un papel que jugar”.

Por el contrario, Patricia Redondo concluyó que la escuela “requiere de recursos y de condiciones para alterar su propia forma pero si le quitas los andamios que requiere para sostenerse; como el salario de los profesores, los libros en la biblioteca, los comedores que sean dignos en lo que reparten;  obviamente vas a tener prácticas empobrecidas, en la medida en que no hay espacios y tiempos colectivos para discutir, se interrumpen los programas nacionales de formación de nuestras escuelas y se sigue segmentando y fragmentando el sistema educativo”.

Fuente de Imagen: FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) Argentina, Investigadora.

 

 

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