
Expulsada del Edén. Publicar un libro de poemas es asumir la palabra como una forma de conocimiento.
Alguien alguna vez repitió que la poesía es un arte donde se dice la verdad o se muere, haciendo alusión a la importancia central de la sinceridad, condición indispensable para ser poeta.
Por Anahí Cao
Recuerdo ahora las palabras de Rubén Darío: porque está desnuda, brilla la estrella o aquellas que fueron pronunciadas: quien lleve su fuego en el pecho, que soporte la quemadura.
María Sueldo Müller, continúa gestando su lenguaje poético. Hoy nos convoca como lectoras a transitar su tercer libro de poemas Expulsada del Edén, publicado por la Editorial Leviatán, con prólogo de la poeta Aba Murúa.
Sus obras anteriores: Propia Sombra y El dedo cruel de la sonámbula, publicadas por la Editorial Cruz de Mayo y El Cardo azul, en el año 2004 y 2017, respectivamente, evidencian la consolidación de un lenguaje poético que propone el camino del reconocimiento de lo femenino.
Huevos de víbora. Semillas de manzana
Presiento en la poesía de María toda la genealogía de las mujeres. Puedo sentir con la poeta el cuerpo de otra mujer. Expulsada del Edén. Expulsada del calor del cuerpo materno, de ese paraíso de sangre que nos protege nutriéndonos generosamente con su propio placer, con su propia vitalidad. Puedo sentir con la poeta el profundo terror que significa la separación del cuerpo de la madre, quizás lo más cercano a la imagen de Dios.
Pero no es en el poema, sino en la obra poética, en la lenta constitución de la palabra poética, donde comprendemos que la creatividad lingüística cobra vitalidad y fuerza significativa.
La palabra poética nos obliga a tomar conciencia del poder que posee el lenguaje poético, capaz de indagar en las profundidades de la existencia humana.
El conocimiento que trasmite el poeta no se puede comparar con el conocimiento científico, ni filosófico, ni psicológico; la poesía se hunde en la experiencia singular, alzando su lámpara de aceite sin siquiera advertir nosotros su presencia.
Escucho los ritmos y las cadencias de Expulsada del Edén.
Siento la muerte como una sombra. Siento mi propia sombra. La muerte de mi madre, el dolor de mi madre como una sombra. Me duele su dolor, su enfermedad, su agonía.
La sombra. Metáfora ancestral del dolor y de la muerte de los seres amados. Recuerdo la sombra en la tragedia griega, el dolor de los muertos que deambulan buscando sepultura, su pena, su profunda perturbación. Eso siento: la ronda de la muerte.
Permaneceré mirando lo que nadie más va a ver: mi propia muerte, declara la voz poética de María Sueldo Müller.
Una ahorcada lívida, su universo silencioso, agotado. La mujer calva, la sonámbula, esa otra mujer que somos en la vejez o en el lecho de muerte, el cadáver, la imagen final del propio cuerpo.
La muerte como una araña violenta recorre nuestro cuerpo: no escriban más cartas; el tiempo se fue volviendo polvo. Agrio es el dolor con que el tiempo humilla las cosas.
Una sonámbula busca su cuerpo, su rostro, una expulsada se enfrenta con su propio destino. Antiguos tambores abren la niebla.
El poder de las imágenes, de las metáforas profundiza descubriendo la antigua angustia de la noche, la antigua angustia del dolor, de la muerte admirada y temida.
La herida del dolor señala que no somos perfectas ni puras. Eso de quitarse la piel, de humillarnos ante el placer, ante el poder que nos domina.
Eso de sentirse una perra que se inclina ante un charco porque prefiere transformarse en perra antes de aceptar el vacío de la pérdida, el abandono, el rechazo, la ausencia.
Beso a la muerte en la boca y me río renegando del nombre que tuviste y también de mí. Es el esplendor de la crueldad y la belleza.
El momento de la expulsión, el corte donde la muerte hace su trabajo, y transforma la vida y nos separa de lo amado. Y todo queda atrás, el paraíso, el hombre, el amor, los hijos. Todo se pierde, para abrir esa puerta por primera vez.
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