Fue una especie de escalofrío, o mejor, un estornudo: de un momento a otro, su cuerpo se vio invadido por una presencia indefinible. El Licenciado Rodolfo dos Santos detuvo el paso; algo se le atravesaba en la garganta. Tosió hasta las lágrimas, verdaderamente asustado. Cuando consiguió recuperarse un poco, caminó rápido hasta un teléfono público y llamó a su mujer.
Por: Laura Olivera
—Algo me pasa —le dijo, acongojado—. Creo que hay alguien adentro mío.
—¿Qué decís? —oyó la voz escandalosa de su mujer—¿Te volviste loco?
Colgó porque sabía que no encontraría contención en la histeria de su esposa y se encaminó hacia la clínica más cercana. Llegó casi corriendo y le indicaron la guardia en el séptimo piso. Subió al ascensor y se apuró a marcar el siete. Mientras las puertas se cerraban, giró para verse en el espejo. Allí, solo consigo mismo, se acercó hasta tocar la nariz contra el vidrio y miró dentro de sus ojos.
—¿Quién está ahí? —murmuró.
Nadie respondió, pero desde el fondo negro de sus pupilas le llegó la imagen de una mujer sonriente. Era ella; lo supo al instante. Rubia, esbelta como una espléndida serpiente, la dama que lo visitaba en sueños, la mujer a la que amaba mientras dormía, finalmente había cumplido su promesa de hacerse realidad, tal como él se lo había pedido, solo que al parecer no había hallado un cuerpo propio.
Las puertas del ascensor se abrieron despacio y la recepcionista, solícita, alzó enseguida la vista.
—Buenas tardes, señora —dijo—. ¿En qué puedo ayudarla?
La autora: Laura Olivera (Buenos Aires, 1981) Reside en Ramos Mejía. Comenzó a escribir hace unos diez años. Habitualmente publica en blogs, y en diciembre de 2014 una de sus microficciones fue incluida en la antología Grageas 3 de Desde la Gente Ediciones.
Microficción seleccionada por Luciano Doti (Lomas del Mirador)
Twitter: @Luciano_Doti
