Nunca más. En la tenebrosa madrugada del miércoles 24 de marzo de 1976, millones de argentinos , recién repuestos de las trágicas tiranías padecidas décadas atrás, nos asomamos con horror a lo que sus mentores denominaron “Proceso de Reorganización Nacional”, eufemismo que disfrazó lo que a la postre instituiría un régimen sangriento y feroz. Lo único real es que, efectivamente, fue un largo y tortuoso proceso puesto en marcha por el mismo eterno grupo civil conducido por los ilustres apellidos de siempre.
Por: Carlos Enrique Galli
carlosgalli@yahoo.com
No estuvieron solos. Colaboraron militares que cumplieron las más variadas e insólitas funciones como intervenir en los directorios de empresas estatales, encabezar provincias o dirigir radios y canales de televisión; algunos sindicalistas entreguistas de sus gremios (honrosa excepción de O. Smith en Luz y Fuerza); la SRA; la prensa, con el Gran Diario Asesino a la cabeza; miembros de la jerarquía eclesiástica y primordialmente, la familia judicial, sin cuyo aporte les hubiera resultado imposible avanzar en los planos legales ya que, entre otras aberraciones, los asaltantes disolvieron el Congreso y lo reemplazaron por un engendro denominado CAL, (comisión de asesoramiento legislativo), integrada por nueve miembros, tres por cada fuerza armada.
No solo cumplieron ese cometido, sino que, además, bajo su mirada, sus silencios y sus negativas rechazando “habeas corpus” e infinidad de medidas, engrosaron la lista de infortunados que caían bajo las garfios y la impiedad de los opresores.
Por otra parte, también éramos muchos los que alentábamos la posibilidad de un futuro distinto al que se venía padeciendo bajo la ineficacia de Isabel Martínez, influenciada por los delirios místicos (sin contar la triple AAA) de José López Rega. Esto, no avalaba de ninguna manera el derrocamiento, puesto que su mandato provenía del voto popular y en poco tiempo se celebrarían elecciones.
La mañana del golpe, Clarín titulaba “Nuevo gobierno”, Casildo Herrera ya se “había borrado”, la presidenta era trasladada compulsivamente a su exilio en el Messidor, la Iglesia como institución, no solo no excomulgaba a los genocidas sino que les impartía los santos sacramentos (tanto en nuestro terruño como en buena parte de América) y así, el país cambió abruptamente de manos y de rumbo.
Al golpe militar que asaltó las instituciones al mando de J. Videla, E.Massera y O. R. Agosti, no se le recuerdan aristas positivas en ningún campo durante sus abriles en el poder, por el contrario, profundizó nuestra dependencia del Gran Satán del Norte, favoreció la especulación internacional y volatilizó la industria nativa.
Tal tendencia fue el instrumento que profundizó los ajustes económicos y sociales de la mano de J. A. M. de Hoz y sus secuaces, como G. W. Klein, A.Diz, J.Alemann, J.Zorreguieta y F.Soldatti entre tantos otros y que el pueblo padeció durante siete interminables años, pero además, instaló un inédito, demencial y perfeccionado aparato represivo que se llevó de entre nosotros al menos a 30.000 compatriotas.
Durante esa aciaga etapa, se violaron derechos y domicilios, se conculcaron libertades, amordazaron opiniones, se apropiaron de incontables niños, se instalaron campos de concentración, se organizó y ganó un Mundial,se fraguaron enfrentamientos y así pasamos a habitar un suelo donde todos éramos sospechosos y cualquiera podía, por más ínfimo que fuera el motivo, ser detenido, encarcelado y desaparecido.
Tal accionar hizo que el terror se instalara entre nosotros y así nos vimos obligados a desentendernos de los padecimientos ajenos y justificar en muchos casos las ausencias con el famoso “por algo será”.
En 1979, durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (mientras la Armada ocultaba prisioneros en la isla El Silencio del Tigre adquirida a la Curia Metropolitana), algunos periodistas (como el relator deportivo J. M .Muñoz), desde sus micrófonos nos arengaban y alentaban para que nos mostráramos como “derechos y humanos” cuando la realidad nos decía que precisamente, ya habíamos perdido -entre otras cosas-, nuestros más elementales derechos humanos.
No obstante, en esos durísimos años de plomo a cargo de los temidos “Falcon Verdes”, hubo gente que resistió como pudo, asumiendo, a riesgo de su propia vida, la defensa de aquellos desdichados privados de todo.
Dos décadas después, y durante más de 12 años, de las manos de Néstor y Cristina, se fortificó una formidable política de DDHH, reforzando así la acción inclaudicable de nuestras Madres, Padres y Abuelas de la Plaza. Arribados al gobierno el multiPROcesado MM y su caterva de acondorplásicos morales, desmantelaron prolija y minuciosamente todos los organismos ocupados en mantener viva la memoria, verdad y justicia e incluso contaron con declaraciones aberrantes a cargo de un ex integrante “sushi” del engendro de la Alianza, un tipo absolutamente inútil, acomodaticio y despreciable como lo es Darío Lopérfido.
No obstante este presente ambiguo por parte de la tiranía macrista, no debemos olvidar a todos quienes marcaron con su accionar el retorno de –hasta hace meses- una afianzada democracia y que nos dejaron para nosotros y nuestros descendientes, aquella célebre frase que pertenece a la humanidad, que debe ser tenida en cuenta fundamentalmente por los jóvenes que no padecieron esos tiempos atroces, y que nos debe marcar el camino hacia el infinito: “NUNCA MAS”.-